FIESTA DE LA ASUNCIÓN


Ya estamos a las puertas de la Virgen de Agosto. Posiblemente, junto al 8 de septiembre, el día de mayor número de fiestas dedicadas a la Virgen María. Un día grande, lleno de alegría y de júbilo, pues, la Madre de Jesús, la humilde esclava del Señor, es elevada a lo más alto. Como hacemos habitualmente, al que pasa por la vida haciendo el bien sin presumir de ello, al que está siempre al servicio de los demás y no es presuntuoso, al que vive su vida con una alegría sincera y desde el corazón sin buscar los primeros puestos, lo elevamos con nuestras palabras y nuestro respeto. María, se merece eso y mucho más. A ella la llaman dichosa, bienaventurada, feliz, todas las generaciones. A ella la ensalzamos por su humildad, a ella la proclamamos Madre de Dios y nuestra, los que por ella hemos recibido el don del cielo. Lo que nos ha regalado con su sí, lo que nos ha ofrecido con su generosidad, ahora y siempre, nosotros y los que vendrán después, gritamos a los cuatro vientos, cantamos hasta el cielo, bendita tú entre las mujeres. Tú eres la mujer bendita que nos has enseñado que puestos en Dios, en la fe, redimidos por Cristo, se nos abren las puertas del Paraíso. Lo que Eva había destruido, María lo recompone con su obediencia. Lo que Eva malgasta con su orgullo, María lo reparte multiplicado con su humildad. Con lo que Eva se enfrenta al Creador, María lo asume con su amor.

Ahora, hoy, celebramos que nosotros ya vemos abierto el cielo, y en él está resucitada, en cuerpo y alma, la estrella matutina que nos abre el gran día del Resucitado. Pero María no agota en su vida terrena la misión recibida, su maternidad se prolonga por siempre. La que acepta el proyecto y los planes de Dios, ahora también es abogada nuestra, madre de misericordia. Y con ella repetimos el Magníficat para proclamar que es el Señor el que ensalza y eleva a los pobres, da pan a los hambrientos y auxilia a su pueblo. No es la mujer absorta en sus goces sino la madre preocupada por sus hijos, y, a ella acudimos para que nos enseñe a decidirnos por el Padre, engendrando en nosotros la Palabra por la fuerza del Espíritu. Por la fe en nosotros está el Señor para que vayamos a El. 

Javier Alonso (Vigo-64)