Hoy
iniciamos un "rastreo", el cuaresmal. Sí, podemos suponer el final de
este camino, pues la cuaresma no tiene sentido en si misma, sino que es el
lugar de paso, para llegar hasta la meta final, la Pascua. Pero este camino,
cada año, es nuevo, tiene el aliciente de adentrarnos en un "lugar muchas
veces desconocido" el misterio de Dios y nuestro propio misterio. Como en
el juego del rastreo, tenemos mensajes en clave que ponen a prueba nuestras
capacidades, o más bien nos capacitan para la prueba final.
Así, hoy Jesús, nos
invita a tres habilidades en lo secreto de nuestro cuarto, de nuestro corazón:
la oración, el ayuno y la limosna. Estos tres componentes de la devoción judía
siguen teniendo actualidad en nuestra vida, con un elemento indispensable,
entrar en lo secreto. La oración, escucha y palabra, diálogo, encuentro,
reconocerse y amarse. El ayuno, abandono, buscar lo esencial, despojarse de lo
que no vale, confiarse en las manos del Padre amoroso. La limosna, reconocer la
acción de la providencia, saber llevar entre todos el peso de las pruebas,
tener las manos abiertas sin agarrarse a nada. Y todo en lo escondido, en lo
secreto, sólo lo sabe El. Entrar en lo secreto es adentrarse en los entresijos
de nuestro corazón, en lo enmarañado de nuestra alma, en las búsquedas de
nuestro interior. Y, a veces, somos más complicados que códigos cifrados. Él
tiene la clave para interpretar y conocer la ruta.
Hoy
iniciamos esta cuaresma de la mano de María, Nuestra Señora, a ella le pedimos
que nos ayude a guardar en nuestro corazón y meditar todo lo que nos pase en
esta cuarentena.
Javier Alonso
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