1º DOMINGO DE CUARESMA


La Cuaresma empezó el Miércoles de Ceniza, y, como siempre, el primer domingo leemos el relato de las tentaciones de Jesús. El escenario del desierto se convierte en lugar teológico y, al mismo tiempo, necesario para que se den las tentaciones.

El Espíritu Santo empuja a Jesús al desierto. Podríamos decir que Jesús va "bien equipado" al desierto, lugar de tentación y prueba. Los cuarenta días nos recuerdan, claramente, los cuarenta años del pueblo en el desierto. Tiempo de preparación, tiempo de prueba. Las tres tentaciones expuestas son un resumen de toda tentación. 

La primera es una consecuencia lógica: después de un ayuno tan prolongado y sintiendo hambre (muestra de que Jesús es tan humano como nosotros), la superficialidad ataca. Jesús es tentado a quedarse en lo material. La respuesta nos indica la manera de salir de esta círculo vicioso: no sólo de pan. Hay muchas otras cosas fundamentales en nuestra vida.

La segunda tentación parte de una mentira: el mundo no es del demonio, pero el afán de poder puede ser sugestivo. Ante esto, la respuesta se basa en la unicidad de Dios: ni el diablo ni nada más merece ser adorado.

La tercera es la tentación del "éxito milagroso": si Jesús se tira del alero del templo, asombrará a todos al ser recogido por los ángeles y nadie dudará de su origen divino. Pero así anularía la libertad y no se respondería al plan de Dios. El Señor sale victorioso y puede comenzar su vida pública.

Comtemplemos a Jesús en el desierto, mirémosle  con los ojos del corazón y dejemos que cale en nosotros su fuerza, su determinación, su capacidad de poner todo en su sitio. Permitámosle al Espíritu Santo que nos transforme, que nos empuje, como al Señor, y sintámoslo fortaleciendo nuestra vida.

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