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Sorprende,
por lo menos a mí, comprobar cómo se prolongan los carnavales. Ya el año
pasado, a causa de la lluvia, hubo lugares que fueron retrasando la festividad
y ya estábamos en el tercer domingo de cuaresma y había gente disfrazada en
algunos pueblos. Este año creo que va por los mismos derroteros. Considero
varias cuestiones. Una es la ocultación de la realidad a través de la fiesta.
Así como se oculta el rostro a la vista de los demás, también queremos obviar
la realidad, no porque nos canse ver lo que pasa, sino porque deseamos huir del
sufrimiento ajeno. Escuchaba el otro día en una tertulia radiofónica el miedo
que existe a enfrentarse al sufrimiento, porque no estamos preparados para lo
limitado, la impotencia de no saber qué hacer o a asumir los propios
miedos. La dureza de la vida situó a muchas personas ante ésta con una
serenidad que ahora es heroica. Al mínimo dolor lo ocultamos, al fracaso nos
intentamos crecer, ante la evidencia de las tragedias, nos ponemos una careta.
Además el calendario gira en torno a fiesta, que significa gasto, consumo,
derroche, etc.
Todo esto
viene también porque hemos comenzado los tiempos de la penitencia, de la
abstinencia, del ayuno, de las limosnas... y eso suena a chino. Nos traslada a
tiempos antiguos, a costumbres trasnochadas, a incoherencias que siempre salen
a flote, a hipocresías que se llenan la boca a decir los detractores de la
cuaresma.
Lo que
necesito decir es que un número bastante elevado de feligreses ya no saben lo
que son las bulas, ni esas cosas de las que hablan algunos para denostar las
abstinencias y los ayunos. Que algunos consideramos el carácter pedagógico de
las cuaresma como tiempo que nos enseñar a moderar nuestros deseos, a afianzar
nuestra voluntad, a saber tomar decisiones, a no satisfacernos con lo que
consideramos que da felicidad, a saber abandonar lo superficial, a saber
renunciar en favor del otro, a solidarizarnos con el que no tiene, a pasar
hambre con los hambrientos, frío con los desnudos...
Me alegra
llegar a la cuaresma porque se abre la puerta de la misericordia para una nueva
oportunidad para reconocer el amor de Dios que perdona. A sanar las heridas del
corazón, a recuperar la belleza del alma, a reparar el daño causado.
Una
cuaresma en la que ayunar es decir no al egoísmo y sí a la generosidad, no al
individualismo y sí al encuentro, no al pesimismo y sí a la esperanza, no a al
pecado y sí a la gracia, no al exceso y sí a la austeridad, no a la tristeza y
sí a la alegría, no a pensar en uno mismo y sí a la disponibilidad.
Es fácil
organizar el menú ausente de carnes y viandas, pero es más complicado poner en
la mesa del mundo el alimento para todos. Comencemos cada uno por dar de comer
al hambriento, no con lo que nos sobra que llegaría para alimentar a todos,
sino, con lo necesario por justicia. No esperemos a que nos lo den hecho y
fácil, atrevámonos a hacer lo que no están dispuestos muchos.
Javier Alonso (consiliario EDIP)